- El turismo masivo trae una presión económica que encarece los inmuebles, expulsa a los residentes tradicionales y convierte los centros históricos en escaparates de un pasado reducido a espectáculo: Daniel Hernaux
- Regulaciones urbanas que limiten las inversiones y los usos de suelo comercial; así como políticas de protección y conservación de los barrios tradicionales, contribuyen a mitigar los impactos negativos del turismo urbano
Ciudad de México, 7 de noviembre de 2024. El turismo, especialmente el turismo urbano masivo, está generando profundos impactos en los centros históricos, lugares que concentran el patrimonio arquitectónico, cultural y social de las ciudades.
Así lo expresó el doctor Daniel Hernaux Nicolas durante su conferencia “El turismo ¿benefactor o depredador del patrimonio en centros históricos?”, impartida en el marco del Seminario permanente de los Centros Históricos de la Ciudad de México del Programa Universitario de Estudios sobre la Ciudad (PUEC) de la UNAM.
El profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Querétaro, expuso las tensiones entre los beneficios económicos del sector turístico y los desafíos que este representa para preservar el patrimonio y la vida cotidiana de los residentes.
“La masificación turística trae una presión económica que encarece los inmuebles, expulsa a los residentes tradicionales y convierte los centros históricos en escaparates de un pasado reducido a espectáculo”, argumentó.
Lo que está sujeto a recibir turistas no es todo el centro, sino sólo algunas áreas que representan la parte más histórica de los centros urbanos, y esta presencia de turistas provoca una hiperconcentración.
Esa misma densidad genera derrama económica que se concentra en los espacios de alojamiento: hoteles, hoteles boutique, hostales, espacios renta por plataforma; en los lugares de consumo de alimentos y bebidas, y locales de ocio nocturno, así como en los lugares de compras.
La hiperconcentración turística en áreas históricas ha llevado a un uso intensivo del suelo, que no sólo afecta a los espacios arquitectónicos, sino también altera la estructura social y el ambiente cotidiano de estos lugares.
El patrimonio urbano está ligado a la historia de la ciudad y se ubica en los barrios centrales. El hipercentro hace referencia al núcleo más denso, donde se concentran inmuebles de cierto estilo constructivo que corresponden a una época determinada.
El turismo ocupa espacios centrales que son los que más interesa preservar a nivel del patrimonio. Hay una tendencia a que los hipercentros sean un atractivo desde la perspectiva del patrimonio, no solamente el construido, sino también como reservorio del patrimonio escultórico, pictórico, entre otros, concentrando numerosos museos, muchos de ellos dirigidos al turismo.
De esta manera, las políticas patrimoniales concentran el presupuesto para la conservación de edificios emblemáticos, es decir, “los centros acaparan en buena medida los presupuestos, tanto de mantenimiento como para obras de preservación del patrimonio”, subrayó.
El experto dijo que, el hecho de declarar zonas de protección patrimonial no ha impedido otorgar facilidades al turismo, que en general es depredador, y desatender las viviendas. De modo que, la protección les permite transformar las edificaciones, como en el caso de hoteles boutique que son construidos en inmuebles de valor patrimonial y que ahora proliferan.
Al mismo tiempo, los procesos de gentrificación han provocado el aumento de precios en la vivienda y en las rentas comerciales, lo que ha ocasionado que los habitantes de toda la vida ya no pueden costear su permanencia en el barrio.
“Mientras los residentes de los centros históricos desaparecen poco a poco, asistimos a un repoblamiento parcial, a través de la vivienda turística, de los comercios y servicios turísticos. Esto provoca que se deje sin uso los pisos de arriba de las calles”.
Este desplazamiento de personas hacia la periferia deja al centro histórico sin su esencia comunitaria, y en cambio, es dominado por negocios orientados al consumo turístico.
Asimismo, las plataformas digitales de alquiler como Airbnb han fomentado un tipo de ocupación de corto plazo, donde los inmuebles pasan de un uso residencial permanente a ser hoteles temporales.
Cuando el alojamiento se convierte en un negocio a corto plazo, los barrios pierden su sentido de comunidad y se convierten en un lugar de paso, sin relaciones duraderas ni vínculos sociales fuertes, además de que este tipo de uso intensivo es insostenible para los residentes y genera una ocupación del espacio en función del turista y no del habitante.
Otro fenómeno que se presenta por el aumento del volumen turístico y la importancia del patrimonio como atractivo, es la “invención de la tradición”. “El turismo está provocando que se invente patrimonio. El patrimonio cultural se vuelve distracción y una atracción. En algunos casos el “simulacro patrimonial” rebasa en importancia al patrimonio real que todavía está vivo”.
El turismo urbano tiene un impacto negativo en la autenticidad de las prácticas del patrimonio cultural vivo. Un ejemplo claro es el desfile de Día de Muertos en la Ciudad de México que nació de la grabación de la película de James Bond y que creció en pocos años, hoy día es un espectáculo que atrae a miles de turistas.
El simulacro patrimonial, reveló Hernaux, se basa en la fantasía, la simulación y el engaño, contradiciendo la necesidad de atender la calidad y permanencia de los bienes patrimoniales.
“Se observa una creciente desaparición de lo popular, tanto de residentes de sectores populares de destinos turísticos, como del hábitat donde se desempeñan; por lo mismo, los barrios tradicionales no son más que un invento”.
La economía de servicios orientada al turismo urbano ha transformado los centros históricos en plazas comerciales al aire libre, donde restaurantes, hoteles, tiendas de recuerdos y bares, ocupan el lugar de antiguos comercios locales.
El turismo no sólo tiene impacto en el uso de suelo, sino también en el tipo de empleo y oportunidades económicas que surgen en estos sitios. La mayoría de los empleos generados por el turismo son temporales y mal pagados; lejos de empoderar a la comunidad, los deja en una posición de dependencia y precariedad.
“La política del turismo urbano no puede sacrificar la vida de la ciudad, la tradición, e incluso, las diferencias sociales que pueda haber en un centro, por el beneficio del turismo que, en su turno, va a afectar el patrimonio, la residencia de la gente y lo va a convertir en un parque de atracciones”.
Resaltó que estos fenómenos se presentan en centros urbanos de todo el mundo. A su vez, ciudades como Barcelona, Venecia o Islas Canarias, han visto crecer la “turismofobia”, es decir, el rechazo social a la saturación de turistas, pues los visitantes han transformado barrios enteros en espacios de alojamiento y servicios, desplazando a sus habitantes originales.
En conclusión, para mitigar los efectos negativos del turismo en los centros históricos, el doctor propone algunas medidas, tales como: aplicar regulaciones urbanas más estrictas que limiten el uso de propiedades para alquiler temporal, limitar el uso comercial y fomentar el uso residencial de estas áreas; regular las inversiones; diversificar la actividad turística, descentralizando a otras partes de la urbe para reducir la presión sobre las zonas céntricas; diseñar políticas que protejan los barrios tradicionales del cambio de uso de suelo, incentivando a los comerciantes y propietarios locales a conservar el carácter residencial y cultural.